sábado, 21 de marzo de 2009

A MAZAZOS

AL margen de las andanzas de los corruptos del Partido Popular, de la dimisión del ministro de Justicia para satisfacer a los que jamás dimitieron por hechos mucho más graves, de la indecente actuación del magistrado Rosa (en cuyo caso procede la destitución y la apertura de diligencias, no la dimisión), la noticia de la semana ha sido sin lugar a dudas la del vecino de Lazkao que se lió a mazazos con la Herriko Taberna del barrio en el que vive, después de pasar una noche en vela pendiente de su casa destrozada por una bomba que puso ETA.
Pero casi lo más importante no es el hecho en sí, sino la pregunta que nadie ha hecho, al menos de manera pública, pero que salvo los guardianes de la esencias, no hay quien no haya contestado, y que abreviada vendría a ser algo así: “¿Está usted a favor o en contra de los mazazos?” Salvo las abstenciones de los sabios en la materia, los que saben cuándo, cómo, y con qué preciso lenguaje hay que hablar del asunto y cuándo no, ha habido respuestas no para todos los gustos, sino para los gustos de Unos y de Otros. Es decir, que las respuestas se han dado dependiendo de en qué lado de la evidente trinchera se esté.
Si estás en contra de ETA y de su entorno civil, con el que se identifican las herriko tabernas, la respuesta mayoritaria ha sido festejar el hecho, por considerarlo ejemplar -más desde luego fuera del territorio vasco o navarro que dentro, donde la convivencia forzosa tiene sus servidumbres-. Los modosos “No es eso, no es eso” o “No es ese el método” o más aún, “Con la violencia no vamos a ninguna parte”, no condenan del todo el hecho, absuelven el fondo, pero las formas, ay, las formas. Por no hablar de los que sin estar con ETA, se han sentido molestos por los mazazos: es una rebelión que no estaba en el guión.
En cambio, quienes se mueven en el entorno de la izquierda abertzale han visto en el hecho una representación cumplida de la persecución inveterada, y genocida por supuesto, que por parte del fascismo español padece la izquierda abertzale en su conjunto y como legítimos representantes del pueblo vasco, lo que conduce a una falta de democracia clara. Claro que estos últimos obvían que al autor le acababan de destrozar su casa con una bomba de ETA, la organización que de cerca o de lejos tutela la izquierda abertzale, cosa que a estas alturas no ponen en duda más que los interesados, gracias también a la obstinación política en no condenar las actuaciones y procedimientos de ETA. Eso, esa bomba, no cuenta.
Hace años que eso, lo que no sé si ni siquiera llaman daños colaterales, no cuentan o cuentan muy poco, que deben quedar en un privado “qué se le va a hacer” y una muestra más de que si no hubiera conflicto no habría daños ni muertos ni extorsionados. Casi nadie se ha atrevido a condenar el hecho de los mazazos –bastante grave desde el punto de vista penal objetivo- sin reservas y sin recurrir a un estado de cosas que justifica esa y otras respuestas, todas violentas, al margen del enfrentamiento social que evidencia el hecho.
La existencia del odio y del ánimo de venganza está en el aire desde hace mucho, impide cualquier solución pacífica que no sea impuesta por la fuerza y ese estado de cosas beneficia al cabo a ETA y a quienes la apoyan como prueba de que son ellos las auténticas víctimas del sistema.
Pero los comentarios más extendidos son los que con toda clase de variantes más o menos feroces, aplauden el hecho, lo apoyan, piden dinero –lo que para los fariseos de la democracia les parece el colmo del escándalo- para pagar la multa que se le pueda imponer al autor de los mazazos y no es que encuentren motivos, sino que exculpan claramente al autor de los hechos. El vecino de Lazkao hizo lo que una gran mayoría quisiera hacer sin admitir que de ese modo se muestran nostálgicos de responder a la fuerza con la fuerza, a la violencia con la violencia y al daño con el daño, y sin reparar en que esa es una espiral dialéctica de vencedores y vencidos, al margen de la ley, en detrimento de esta.
Todas las reacciones que ha suscitado el caso, de las más viscerales a las más cautas, pasan por hablar de la realidad de un país en el que no todo va sobre ruedas ni mucho menos, en el que hay odio, violencia, intransigencia y en el que un ciudadano se niega a hacer su papel obligatorio de víctima ritual y no se encoge de hombros, no piensa que qué se le va a hacer y no carga el daño que le han causado en la cuenta de resultados “del conflicto”, a beneficio siempre de los que están de parte del verdugo.
De manera muy retorcida, y muy injusta, la víctima se hace verdugo por el peso jurídico de los hechos y los cómplices habituales del verdugo se hacen víctimas y se rasgan las vestiduras a placer, o no mucho, porque tampoco fueron tantos los que salieron a la calle para pedir el linchamiento social del autor de los mazazos, piden justicia, la misma que en sus casos rechazan, por ser de tribunales españoles, No puedo aplaudir unos hechos que han sido festejados de manera obscena como una hazaña, como una manifestación de la hartadumbre de una parte mayoritaria de un país, porque no puedo aplaudir el responder a la fuerza con la fuerza, a la violencia con la violencia, sin reparar en la espiral dialéctica de vencedores y vencidos, al margen de la legalidad; pero no me gustaría estar en la piel del autor de los mazazos, no por las consecuencias estrictamente jurídicas de los mazazos, sino por el camino sin retorno: se ha precipitado, en el sentido estricto del término. La prueba: el que haya tenido que marcharse.
Sé que habrá un juicio, un juicio que será político, porque la materia de fondo lo es, y en el que se van a escuchar argumentos que lo son, ya sea junto a las eximentes o junto a las atenuantes, en el contexto estricto en el que deben ser examinados los hechos. Esto por lo que respecta a las palabras públicas, ¿Y qué pasa con las privadas? ¿Qué pasa con esas otras que se han dicho con furia en la barra del bar de la tribu? ¿Qué pasa con las que festejan el hecho y piden más mazazos, y qué pasa con las que piden que ETA o los suyos impartan justicia, esto es, venganza? El odio que no cesa, con urnas, sin urnas, con patrañas y sobre todo sin ellas, y la hartadumbre.

Artículo publicado en Diario de Noticias, de Navarra, Álava y Guipúzcoa,

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