viernes, 7 de octubre de 2011

BOLSILLOS CALIENTES

LO bueno que tiene Esperanza Aguirre, condesa consorte de Murillo, es que ni aburre ni decepciona, siempre fiel a sí misma. Puede resultar entre de instrucción deficiente y borde, pero esto son opiniones de espectador, subjetividades; que no pueda renunciar a gastar autoritarias maneras de cacique es más objetivo, salvo para sus allegados y los que viven a su sombra, que son muchos. Nada como ser dadivosa con dineros públicos y tejer con ellos una amplia red de estómagos agradecidos.
Aguirre representa con eficacia a la clase o casta social a la que pertenece. El otro día le tocó la china de sus desbarres verbales a los indignados en quienes la que oculta ingresos que resultan asociales, ve signos de golpe de Estado (ojalá) y hasta amenaza de cabezas rodando a lo jacobino de 1793. Mucho ver. Porque además, para disfrazarse de jacobino y hacer rodar cabezas tampoco hay que ir tan lejos en el tiempo.
Lo que el espectador pudo ver o apreciar en esta última aparición es la rabieta de los poderosos que no pueden impedir, por el momento, que haya gente en la calle que les diga que viven de mangarla o poco menos. Es lo que ella llama "la demagogia de resentidos y minorías organizadas” y que, oh horror, pueden “cambiar fatalmente el rumbo de la historia”, cuando de lo que se trataría es de cambiar ese rumbo, de cambiar a secas, de pergeñar caminos nuevos y de transitar estos, y si para ello hay que ocupar la calle a diario, se ocupa, porque no hay otra vía y quien tiene la puerta cerrada o solo abre la del papeleo y el conducto reglamentario, lo sabe. El poderoso sabe que no hay mejor rompe aluviones que el reglamento burocrático.
Camorrista ella y pendencieros los chulos que la rodean y por su cuentan ladran lo que se les ordena o imaginan que va a ser del gusto del ama, pero protegidos por matones.
Detrás del gesto abusivo de la Aguirre con el ministro Gabilondo está la España de cortijo, devoción y mirada gacha, el jatorrismo, el señoritismo que no ha muerto salvo para quien no saca las narices del propio plato y cree que eso y solo eso, lo que ve y sorbe, es el Mundo, la Realidad. Una presunción corta de vista porque siempre hay algo más lejos de nuestras narices... no nos tragamos.
La defensa que hace esta gente de la democracia y de las instituciones no es tal, sino de un sistema electoral que les permite perpetuarse donde están con exclusión de todas las voces que resultan molestas. Si perdieran las elecciones deslegitimarían de inmediato el sistema. Su creencia en la justicia es la misma. Creen en ella mientras les favorezca.
Con el fin de ETA pasa lo mismo. No es que la necesiten activa, sino que necesitan combatirla con sus medios habituales, en una pugna que les beneficia porque son los más fuertes. Mientras que el Partido Socialista amaga, de manera todo lo tímida que se quiera, unas propuestas referidas a los presos en el caso en que la organización armada anuncie su disolución (su extinción será otra cosa), la derecha hace del no renunciar a ninguna de las medidas de aplastamiento que estén en su mano una bandera política, una idea irrenunciable. Conviene saberlo.
El otro día no se hablaba de otra cosa, decían, pero claro que se hablaba por espantar el miedo o por sentirse seguro o por no pasar por primo y por lila.
Un broker, cuyo nombre es posible que no recordemos mañana, augura que todos los ahorros de millones de personas se van a hacer humo en cuestión de meses. Y enseguida vemos que hay quien se asusta y siente miedo, fundado, a perder lo poco que le va quedando, sobre todo si su existencia declina y algo más que declina, y otros lo simulan, porque viste, viste andar de asustado, y el que está a salvo de esa contingencias habla ex cátedra y dice que no es para tanto, mientras echa cálculos y se felicita por lo listo que ha sido y la suerte que ha tenido (más por lo primero), y hasta predica una esperanza que sabe falsa: no hay peor engaño que el de hacer concebir falsas esperanzas. No se trata de profetizar nada, sino de no mirar para otra parte que es a donde les gustaría que miráramos a quien tiene las tijeras de los recortes en la mano, pero el propio bolsillo caliente y bien caliente, después de varias legislaturas asegurándose el botín. Esto no era Jauja y ellos lo sabían.
El broker de marras “irrita al público”, eso dicen al menos, porque se jacta de que las crisis vienen bien para hacer más dinero. Los gobernantes señalan ese detalle, lo consideran cínico y escandaloso, amoral (¡ellos!) y obvian su amenaza cierta de fondo –apocalíptica, que sí, que ya sabemos, profética, que también–, la de la desaparición de los ahorros, y le tachan de loco, de irresponsable (como si esto tuviera ya algún significado referido a gente del hampa política). Mala época.
No dice ninguna tontería el broker. Ahora mismo quien disponga de dinero negro o de liquidez, que suele ser lo mismo, puede hacerse con “bonitos” patrimonios inmobiliarios, o puede comprar a pedo de burra lo que en este momento está devaluado, pero es recuperable a largo plazo. Se trata de acabar de hundir a quien se ahoga. Los financieros son expertos en la materia.
Optimismo o pesimismo, esperanza o desesperanza. No confundamos las alegrías de quien tiene el riñón bien cubierto en todos los sentidos, con la esperanza en el cambio o en la mejora de una situación que pinta con colores de la brea. El que está a salvo desacredita al cronista del desastre tachándole de profeta, de demagogo y de apocalíptico... esos son malos disfraces, ridículos incluso en este carnaval de lo cucos. Es posible que no ganemos gran cosa diciendo lo mal que están las cosas, pero ganamos menos callando y dejando el camino libre, más libre quiero decir, a quien de esta ruina hace su agosto, empezando por una casta política que no ve mermado su estilo de vida en lo más mínimo y que necesita predicadores del bienestar permanente, ahora mismo, cuando la existencia misma de bancos de alimentos para ahogados es un triunfo.
Publicado el 2.10.2011 en los periódicos del Grupo Noticias.