jueves, 19 de marzo de 2009

TESTIGOS DIRECTOS

Los testigos directos suelen ser los protagonistas, por autores, de los hechos que por alguna circunstancia, de índole política sobre todo, no son acusados, ni procesados, ni condenados. Su mismo relato de lo sucedido les protege, en la medida en puede servir para investigar y sostener la culpabilidad de los que dieron las órdenes y proyectaron fríamente los crímenes. A pesar de la propaganda sionista, suministrada con generosidad por las embajadas israelitas, los últimos datos revelados confirman otros que ya aparecieron meses atrás, al tiempo de la últimas operaciones represivas incluso, y que han sido silenciados y minimizados: las tropas israelíes cometieron atrocidades en Gaza. No cabe duda. Son los propios soldados que participaron en las operaciones de castigo los que lo prueban con los testimonios de su participación en los hechos. Es decir, los testigos directos.
Y no es la primera vez que esto sucede. En el año 2002, por iniciativa de un capitán del ejército israelita, David Zonshein, y del teniente Yaniv Itzkovits, pertenecientes ambos a un cuerpo militar de elite, se publicó una “Carta de los combatientes” (The Combatants Letter), firmada por un significativo número de soldados y oficiales, que sirvió de base a un movimiento opositor llamado Courage to Refuse. En aquel manifiesto se decía: “Nosotros, oficiales de combate de la reserva y soldados de las fuerzas de defensa de Israel declaramos por este medio que no continuaremos luchando más allá de las fronteras de 1967 para dominar, expulsar, hacer pasar hambre y humillar a una población entera. Continuaremos sirviendo a la fuerza de defensa en cualquier misión que sirva a la defensa de Israel. Las misiones de la ocupación y de opresión no responden a este propósito y no tomaremos parte en ellas.” Puede aducirse que se trataba de otro territorio, pero las circunstancias de fondo son, me temo, las mismas.
Ahora queda pendiente la tarea de que un tribunal internacional examine, por encima de distingos, si lo sucedido en Gaza entra en el ámbito de las leyes sobre genocidio o crímenes de guerra. No resulta tolerable, por una cuestión de principios de mera equidad e igualdad, y seguridad jurídica, que unos países queden al margen de esas leyes y sean solo acusadores y fiscales.
En un muy reciente libro de memorias, La liebre de la Patagonia, Claude Lanzmann, el autor de la película Shoa, autoridad incontestable en este tema, dice que textualmente que el estado de Israel no es la “redención” de la Shoa, aunque los dos hechos estén ligados, y que el sionismo político es anterior a la Segunda Guerra Mundial. En el presente es preciso separar ambos acontecimientos históricos para poder sostener que las actuaciones militares y políticas de los políticos israelitas no son ni más ni menos criticables que las de cualquier otro país, y que, por supuesto, la cuestión judía excede en mucho las atrocidades que puedan cometer en el presente sus dirigentes, bajo el pretexto de la legítima defensa u otro.
El examen y condena de los crímenes cometidos al margen de la acciones de guerra no debe ser tomado como antisemitismo, aunque sea difícil negar que estén sirviendo como pretexto para un renacer del antisemitismo en todo el mundo, al más tosco me refiero, al que se basaba en Los “Protocolos”, de los “Sabios Ancianos” de Sion, un libro de 1905, escrito por los servicios secretos zaristas, y que ahora mismo ha desmontado Stephen Bronner, Un rumor sobre los judíos, editado por Laetoli. Está por ver en qué medida, la iglesia católica, a través de sus órganos de propaganda, La Avalancha, por ejemplo, se mostró antisemita y dio pábulo a la amenazante conspiración de judaísmo, masonería y comunismo, tan explotada más tarde en el franquismo.
Pero el caso es que las cosas se mezclan solas. Por la fuerza de los hechos históricos. Y un presente siniestro lleva por fuerza a un pasado igualmente siniestro. El eco viene solo.
Pero el testimonio de los “testigos directos” sirve de muy poco frente al poder que tenga quien niegue los hechos y frente al corrosivo disolvente del tiempo.
Hace también unas semanas, el obispo Williamson, negacionista del Holocausto, echaba a rodar la duda insidiosa de que en Auschwitz se hubiese asesinado fríamente en las cámaras de gas. El obispo, y con quien él forman en la filas negacionistas, porque de filas se trata, ignoran el estremecedor testimonio del mismo inventor de las cámaras, supervisor de sus detalles, que tranquilizó su conciencia comprobando, en falso, que los judíos morían con expresión tranquila. Un personaje perverso que con el fin de justificar los actos cometidos ante el tribunal que le juzgó, escribió su testimonio en “El comandante de Auschwitz”, donde quiso quedar encima, como un benefactor de la humanidad. Estoy convencido de que no se ha llegado todavía a la investigación y publicidad de las últimas atrocidades cometidas por los nazis, que el tiempo ha jugado a su favor –ni el público se interesa de verdad en ese asunto ni hay ya fuerzas para llevar a cabo investigaciones exhaustivas- y que las condenas han sido mínimas y más magnánimas y benévolas que otra cosa. Los verdugos no pagaron. Leo, en Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos, de Élisabeth Roudinesco (Editorial Anagrama), que Höss fue ahorcado delante de las cámaras de gas que él había inventado o puesto en marcha en beneficio de la humanidad.
Para los negacionistas, el testimonio de este “testigo directo” o sus confesiones en el proceso que le condenaría a muerte, son irrelevantes en la medida en que contradicen la tesis originaria, minimizadora, exculpatoria, tanto de la autoría directa de los hechos como de una complicidad generalizada y pasiva.
Y por lo que se refiere a los testimonios de lo soldados israelitas que han participado en crueles operaciones de castigo en Gaza, no son válidos porque la opinión pública mayoritaria que escuchamos es la de la muy real extrema derecha sionista, la que tiene medios y dinero para expandir la información que le conviene y solo esa.

Publicado en el Diario de Noticias de Navarra, Guipúzcoa y Álava, 22.3.2009

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