jueves, 19 de marzo de 2009

EL ABOGADO DEL DIABLO DE NUEVO

DÍAS pasados, el abogado francés Jacques Vergès, conocido como Abogado Guillotina, El Abogado del Diablo o El Abogado del Terror, este último por el exitoso documental homónimo de Barbet Schroeder, estuvo en Barcelona presentando la reedición de un viejo libro suyo, Estrategia judicial en los procesos políticos, acompañado de un posfacio en el que Jorge Herralde, su editor entonces y ahora, relata los pormenores de publicar un libro como ese en el contexto de la dictadura franquista y del proceso de Burgos, entre otros. Estrategia judicial en los procesos políticos es un libro de 1970 que no ha perdido actualidad alguna, al revés, que la ha ganado en la medida en que sigue habiendo procesos políticos y algunos de ellos son un espectáculo o están montados como tales; y en que otros, que están montados como procesos por delitos comunes, son políticos solo por la intención de inscribirlos en el delito sin otro móvil que el lucro personal y deslegitimar así a ojos del público los motivos que han empujado a los procesados a quebrantar la ley. Como es el caso de banqueros, financieros, propietarios de grandes medios de prensa por sus manipulaciones, son políticos en la medida en que apuntalan y se sirven de un sistema político que se salvaguarda echando de cuando en cuando, muy de cuando en cuando, a los infortunados a los leones con toga. Unas veces salen bien, gracias a su posición dentro del sistema, otras no tanto. Vergès tiene muy claro que la función de la justicia es servir a las clases dirigentes resolviendo “siempre en provecho de éstas las contradicciones sociales que se manifiestan en la violación de la ley”. Para Vergès, la justicia es un Arte –y él lo crea con una elocuencia asombrosa, antigua, esa que ha desertado de las salas de audiencia y de las prosas jurídicas- y un Circo, a un circo romano me refiero, donde se desarrolla un espectáculo que no es ni más ni menos cruel que la guerra o el comercio, un combate en el que hay que vencer al adversario, el fiscal, sabiendo que si la Justicia aparece por una sala de audiencia lo hará por casualidad o porque se ha equivocado de día, cosa que él puso en escena con su monólogo
Hace poco en una entrevista a maître Vergès, le preguntaban a este si defendería a Bush y respondió que porqué no, que también lo haría con Hitler, siempre y cuando el acusado se declarara culpable de los crímenes por los que fuera encausado.
En las últimas décadas y fiel a su estrategia originaria de ruptura con el sistema sobre el que se asienta la administración de justicia y sus figurantes y de examen del contexto, Vergès ha defendido a terroristas oficiales como Carlos, a criminales de guerra o genocidas, como Klaus Barbie, Milosevic, y se postuló como abogado de Sadam Hussein, ante el rechazo de una parte del público que lo ve como un cómplice de sus defendidos. Sobre él flota una leyenda negra, impenetrable, que lo hace, por ejemplo, cómplice de los khmers rojos, habiendo sido joven resistente, militante del PC, militante anticolonialista y antiesclavista, todavía, y anti tortura... Con el tiempo se ha convertido en el prototipo del abogado de causas perdidas, defensor de aquellos que no quiere defender nadie porque ya están condenados de antemano por el poder político de turno, por el público y por el vuelco de la historia, los llamados “indefendibles”. Y sin embargo, esos “monstruos” tienen derecho a la defensa. La ley no puede ser conculcada en ese extremo, aunque como sucedió en el franquismo con los abogados defensores en los sumarísimos militares, su papel fuese de connivencia con la fiscalía, meros trámites para las ejecuciones sumarias. El examen de los escritos de conclusiones provisionales de los procesos será sin duda muy revelador.
Una de sus líneas de defensa más socorridas –empleada en el caso Barbie– es la ruptura con el sistema y el examen de la autoridad moral del juzgador, de los juzgadores, su implicación en abusos de poder, en lacras sociales, que quedan impunes, tanto por la justicia ordinaria como por el examen de la historia, ya sean las torturas practicadas por el ejército francés o la esclavitud condenada y practicada hasta bien entrado el siglo XX en los países periféricos, colonias y territorios de ultramar... cabe preguntarse cuáles son ahora las nuevas formas efectivas de esclavitud y qué países la practican y ayudan a que se practique no persiguiendo formas de producción que a ella equivalen. O cuál es la complacencia con la tortura. Para Vergès la invasión de Irak, amparándose en los derechos humanos para practicar la tortura, es una de las contradicciones de Occidente que no suscita ningún clamor de opinión. Es desproporcionada la gravedad de los hechos que salen a la luz en Guantánamo si se compara con la reacción que suscitan. Las rebabas del poder se dan por hecho. Para maître Vergès, el objeto de esas torturas no es tanto arrancarles información a los detenidos como envilecerlos y complacerse en su envilecimiento. Hay un Vergès que emprende alegatos jurídicos de alcance político y filosófico, y hay otro, que es el mismo, que habla de asuntos que entiende, estos sí, todo el mundo: “la justicia a dos velocidades”, una para quienes tienen medios de procurarse una defensa cara y otra para los que no, una para los que están solidamente integrados en una sociedad estamental y otra para los que padecen los prejuicios que animan y orientan las pesquisas: color de la piel, raza, extracción social... Hay sectores sociales mucho más proclives a tener problemas judiciales que otros. Por ejemplo, el caso de la madre de la joven asesinada en Pamplona los pasados sanfermines que teme que los apellidos del homicida y el estatus social de la familia prevalezcan, ante la indiferencia de una sociedad adormecida que prefiere suspender ese y todos los juicios que no le convengan. “Hablarán los tribunales”, dicen, cuando lo que quieren decir es que se lavan las manos. ¿El resultado de la investigación de los crímenes de Alcasser hubiese sido el mismo de haber pertenecido las víctimas a una clase social alta? No lo sabemos y la duda planea sobre una administración de justicia deudora de evidentes servidumbres políticas y sociales, nunca puesta de verdad en tela de juicio, admitida tal cual, sacralizada, hecha mera convención.

Publicado en Diario de Noticias de Navarra, Guipúzcoa y Álava,

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